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  • Foto del escritorVaquita de Falaris

Un beso y todo lo demás...

— Admito que no fue accidental ese beso


El brillo infantil de sus ojos contrastaba con la barba a medio crecer, pero era perfecta para sus labios gruesos y casi rojos.


El beso en la mejilla que acompañaba su abrazo de felicitación, fue mas bien un beso firme y cadencioso en los labios y estoy segura que no pudo haber pasado desapercibido para nuestros compañeros, a su espalda. Y si no notaron el beso, debieron notar entonces algo en mi expresión. La tímida alegría que me provocaba saludarlo se convirtió en una mirada anhelante de que continuara besándome.


Siguieron más besos hasta que nos encontramos solos en la habitación del hotel. La decoración colonial y la doble altura alcanzarían bien para contener todo lo que deseaba que a continuación sucediera.

Me levantó en brazos, mis piernas apenas alcanzaban a rodear su cuerpo. Sus dedos se enterraban con fuerza en mis muslos para mantenerme en el aire. Sus labios aceptaban encantados mi lengua. Se acercó hacia uno de los dos sofás grises de la habitación. Cuando mis nalgas sintieron la aterciopelada tela todo mi cuerpo vibró deseando sentir su peso sobre mi. Pero en lugar de eso, se retiro y se sentó, muy serio en el sofá que estaba en escuadra. “Desnúdate”. Su gesto casi adusto me hizo dudar entre levantarme o congelarme: era el tono que usaba para darme órdenes frente a los demás, como su empleada. “Desnúdate para mi” insistió inclinado su cuerpo hacia mi, cruzando sus dedos, recargando varonilmente sus antebrazos en sus piernas.


Lamenté que mi vestido no tuviera cierre o botones que me permitieran desvestirme seductoramente. Pero lo intentaría. Comencé a levantar la tela negra acariciando muslos con ella, al llegar a mi cadera, traté de tomar toda la tela que podía y cómo sin fuera una camiseta, me saqué el vestido. Exhaló satisfecho, recargándose en el respaldo, descansando sus manos sobre sus muslos. Sus ojos fueron hábiles para reconocerme. Juro que mis senos se sintieron apresados, la caricia que continuó por mi cintura y cadera me hicieron estremecer. Trate de mantener el equilibrio al quitarme los botines negros. Todo lo que me cubría era encaje negro… el sostén casi transparente que mostraba mesuradamente mis pezones, la tanga y hasta los pequeños calcetines al tobillo. Podía ver sin mucho esfuerzo mis uñas de los pies pintadas en vino y mi pubis depilado.


Sus labios se abrieron un poco… pero no dijo nada. Entonces, me desabroche el sostén.


De algún modo, siempre me había sentido desnuda frente a él. Y eso me intimidaba. Pero por primera vez, estaba realmente desnuda, y al contrario, por fin me sentí poderosa.




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